Vera y el placer de los otros: inteligente ópera prima sobre una joven al borde de un descubrimiento
Vera y el placer de los otros (Argentina/2023). Guion y dirección: Romina Tamburello y Federico Actis. Fotografía: Lucas Pérez. Música: Pablo Crespo. Elenco: Luciana Grasso, Inés Estévez, Estafanía Nicoló, David Zoela, Mariano Raimondi, Carlos Resta. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Cine Tren. Duración: 103 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Hace un año que el 3º B no se alquila. Es un departamento viejo, en un edificio viejo de Rosario. “Viejo no, antiguo”, corrige Adriana (Inés Estévez), la encargada de mostrarlo a los clientes que desfilan con mala cara y salen mascullando frustración y malhumor. Pero para su hija, Vera (Luciana Grasso), el departamento es perfecto. De hecho usa sus coordenadas como usuario en Instagram para alquilarlo por horas a amantes clandestinos. Dos horas de placer en una mullida bolsa de dormir. “3º B” la llaman cada uno de los inquilinos temporarios, adolescentes que buscan un lugar privado fuera de la vista de sus padres. Es que Vera está en la secundaria y antes de los entrenamientos de vóley se escapa unas horas para administrar los alquileres furtivos y explorar una curiosidad que quizás la acerque a ese goce que todavía no ha aparecido. El 3º B sigue sin alquilarse y Vera sigue esperando.
Vera y el placer de los otros, ópera prima de Romina Tamburello y Federico Actis, no es una película sobre sexo sino sobre el descubrimiento del placer, un placer que para Vera resulta un encuentro impensado con los otros. La mirada se transforma en la clave, no solo la de Vera proyectada hacia el interior de esos encuentros íntimos, a los que se asoma a través de la escucha y la imaginación, a través de objetos olvidados que proyectan lo prohibido, sino también la de la película, que toma a Vera como su centro de atención. Un centro que se despliega en su cuerpo en movimiento, con el bolso de vóley a cuestas, bajo la ducha, en la cama que la familia le ubicó en el living mientras terminan su habitación, y también en su mundo interior, esquivo y en pleno descubrimiento. Por ello la cámara la encuentra en la calle, en la habitación a oscuras del 3º B, en cada anhelo del placer que todavía no asume sus contornos.
Pero también la mirada la precipita al mundo de los adultos, con su lógica y sus imposiciones. La perspectiva del voyeur puede tornarse insoportable, puede precipitarla a lo que no quiere ni puede ver, a las contradicciones de lo prohibido. Luciana Grasso logra condensar esos vaivenes en sus gestos, en un cambio de mirada, en la percepción de un desajuste y una revelación inaguantable. Son mejores esos instantes que la puesta en palabras, que el intento de realismo en los diálogos, o el coqueteo con un costumbrismo familiar que siempre intenta afirmar la película en una tradición ya conocida. Su originalidad está en lo inesperado, no tanto en la estructura dramática, deudora de los relatos de iniciación, de ciertas convenciones de la comedia romántica y, de alguna forma, de las narrativas juveniles, sino en el abordaje de la sexualidad, de las relaciones entre madres e hijas (con un gran trabajo de Inés Estévez), fuera de ciertos clisés perdurables en el cine argentino.
Tamburello y Actis apuestan a un tratamiento de la sexualidad que escapa a etiquetas y fórmulas preestablecidas, que explora el propio devenir de su personaje con una libertad bienvenida. No hay nada revolucionario, es cierto, ni nada formalmente rupturista, pero la película se saca de encima esa necesidad de decir algo definitivo, o encajar en las expectativas del espectador. La cámara que en las primeras escenas iba desde el plano abierto de la calle y su bullicio hacia Vera, concentrada en una mirada a cámara enigmática y casi desafiante (que recuerda a la de Harriet Andersson en la clausura de Un verano con Mónica de Bergman), en el final hace el camino inverso. Desde Vera hacia el mundo que ahora la rodea, ese que ya no es ajeno, sino parte y todo de lo que ha descubierto.
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