Terrifier 3: el regreso del payaso siniestro propone brutales crímenes, pero entrega risas involuntarias
Terrifier 3: Payaso siniestro (Terrifier 3, Estados Unidos /2024). Guion y dirección: Damien Leone. Fotografía: George Steuber. Edición: Damien Leone. Música: Paul Wiley. Elenco: Lauren LaVera, David Howard Thornton, Antonella Rose y Elliott Fullam. Duración: 125 minutos. Calificación: apta para mayores de 18 años. Nuestra opinión: regular.
Casi todas las semanas hay un estreno de terror en nuestras pantallas. Las razones no obedecen a un pacto satánico sino a una ecuación elemental: si no se gasta mucho, no hace falta mucho para sobrevivir. Tal parece ser la máxima que rige la producción de, por ejemplo, los exitosos estudios Blumhouse. Es posible hacer películas de terror viables por poco dinero porque el rubro y, en particular, su variante más extrema y popular, el gore, tiene un público fiel que no requiere de estrellas con sueldos millonarios, ni de efectos digitales de última generación. El reclamo más esencial de esta audiencia -una historia más o menos llevadera y no muy intrusiva que abunde en modos novedosos y escalofriantes de romper un cuerpo humano- solo necesita imaginación, algún elemento maleable como gomaespuma, arcilla u otro que, con no poco arte, pueda hacer las veces de un órgano desbaratado y algún colorante rojo. El primero de estos requerimientos suele ser el que menos abunda y el que divide a esta legión de películas entre las que son cine y las que son un conjunto de fotogramas de mujeres gritando mientras se las salpica con almíbar de frutilla.
La primera de las Terrifier (2016), financiada en parte por crowdfunding, costó menos de lo que cobra por mes el proveedor de catering vegano en cualquier producción de Marvel y recuperó, con una distribución muy limitada, diez veces la inversión, una proporción que llevada a las cifras de los grandes estudios, habría redundado en uno de los éxitos del año. En este caso, allanó el camino para una segunda parte, que no necesitó más de 250.000 dólares de prepuesto para recaudar 45 veces más dinero. La tercera parte costó 2 millones de dólares y, en los Estados Unidos, ya está cerca de repetir el logro de su predecesora.
Ninguna de ellas hizo algo que no se hubiera hecho antes, pero como se dijo, la vara para el rubro no está muy alta. Como en muchas otras películas slasher, reina el minimalismo: no hace falta más que un asesino imparable y una cantidad importante de humanos listos para ser masacrados. Las razones para matar y los vínculos o personalidades complejas caen del lado de lo prescindible. El payaso asesino Art, con cara de azúcar impalpable y dientes de caramelo quemado, se comporta como si Marcel Marceau hubiera sido poseído por el espíritu de Leatherface. En medio de mohines chaplinescos que provocan algunas risas, se ensaña tanto con sus víctimas que se puede decir que si el gore fuera una de las bellas artes, Art sería el Jackson Pollock de la hemoglobina.
Este clown psicótico mutila niños y también tortura mujeres sin pruritos. La capacidad de mostrar con detalles estos actos atroces sin que nadie salga lastimado es uno de los poderes mágicos de la ficción. Sin embargo, esto último se había vuelto problemático. La transgresión a estas reglas no escritas y regodeo en el gag/gore separa un poco a este film del rebaño. También la creatividad de (algunos) homicidios, realizados con efectos prácticos que recuerdan al cine de los 80 y en particular al trabajo del especialista Tom Savini (homenajeado con un cameo en el film).
La película quiere ser extrema y brutal, pero las reacciones que provoca van de la risa a la incomodidad, porque lo verdaderamente perturbador no surge del salvajismo de las imágenes sino del vínculo del espectador con los personajes, algo que estos films raramente construyen. Con un estructura de episodio televisivo que, desde el final, reclama una cuarta parte, esta es una película para adolescentes que pasaron la mayoría de edad.
La lucrativa franquicia de Damien Leone se distingue por sus crueles gags y sus imágenes extremasLA NACION