El difícil momento que atraviesa el clásico bodegón de un español en Congreso: “Si esto sigue así, en abril cerraremos”
José Álvarez Álvarez está parado detrás del mostrador. Tiene cara de pocos amigos y no es para menos. “Mirá lo que es esto”, lanza y recorre con la mirada el amplio salón vacío de La Gran Taberna, un clásico bodegón de comida española ubicado en Congreso, justo detrás del palacio legislativo. Es pleno mediodía. En las inmediaciones, donde se vivieron días agitados por la discusión de la Ley Ómnibus, reinan la calma y el calor. Dentro del local, en cambio, el horno no está para bollos. José asegura que, desde diciembre, la caída de la afluencia de comensales es “brutal”, en el orden del 70%, y que “si esto sigue así, en abril cerraremos”.
“Si no puedo sostener los gastos, tengo que llamar al dueño y darle la llave”, dice, y agrega: “Los fines de semana había cola para entrar, los sábados no hacíamos menos de 300 cubiertos: el fin de semana pasado, hicimos 68. Acá ya no hay un peso. En Navidad, la baja de las ventas fue del 60%. Ahora, ni el teléfono suena para los pedidos. A esta altura del día, tenía ya más de 20 o 30 pedidos”.
La Gran Taberna abrió sus puertas en 1976 como una rotisería que ofrecía platos caseros y abundantes y, con el tiempo, se convirtió en un clásico bodegón especializado en mariscos, paellas, tortillas y otras delicias de la cocina de España. La ecuación no solía fallar: ambiente familiar y acogedor, atención cordial y profesional, y porciones generosas y sabrosas. Su carta es muy amplia y variada, con más de 400 platos para elegir. Algunos de los más destacados son el pulpo a la gallega, el arroz con bogavante, el rabo de toro, el lechazo al horno y el flan casero. También ofrece una buena selección de vinos nacionales e importados, así como cervezas artesanales y licores.
José está a cargo de este restaurante desde hace 25 años, luego de que le comprara el fondo de comercio al dueño anterior. Llegó a la Argentina en 1979, cuando decidió dejar atrás su vida de agricultor en su Galicia natal, donde cultivaba trigo, cebada, centeno, maíz y papa, además de criar vacas, cerdos y conejos. “Vine a laburar y a progresar porque el campo allá no daba para nada”, cuenta. Cuando arribó al país, tenía 23 años. Hoy tiene 67. “Mal no fue, pero ahora nos están fundiendo”, dice, resignado.
Desde que llegó a la Argentina, estuvo vinculado con el rubro gastronómico en distintos proyectos. Pero cuando tuvo la oportunidad de comprar este comercio, no dudó: era una forma de unir su historia y su presente. El salón es garantía de teletransportación a una típica fonda española, abarrotada de productos (pimentón, caballa, granadina, licores artesanales, moscato) y adornada con una fuerte impronta gallega.
“Antes ya tenía el mismo estilo, de comida española y argentina. También había un almacén, que lo cerramos. La comida fue siempre la misma: paella, cazuela, pulpo, ranas, caracoles, cochinillos, asado, de todo”, comenta.
“No vamos a subsistir”
En una pequeña porción de La Gran Taberna, funciona una sección de rotisería. Una clienta ingresa y pregunta por las rabas. El empleado, por las dudas, lo consulta con José. “Está 11 mil la porción, 8 la media, todo abundante”, le contesta. “Está muy caro”, protesta la señora. “¿Y qué quiere? ¿Qué cosa no está cara? ¡Todo está caro!”, retruca el dueño.
José regresa a su diatriba: “Hay que decir la verdad: esto ya venía en caída, pero desde que asumió este gobierno, cayó un 70% el trabajo, mientras hay que seguir pagando todo: cargas sociales, los servicios que aumentan, el sindicato, todo”. En total, en la Gran Taberna trabajan 26 personas.
De repente, aparece una familia de cuatro integrantes que cruza el umbral de la puerta. Se sientan a comer. Amplio conocedor de los clientes y sus perfiles, José se la juega con que no son argentinos. El mozo corre para atenderlos; al regresar, sin que nadie le pregunte, confirma la sospecha: son uruguayos.
El dato le da el pie para pintar otra dificultad de este panorama. “Mi público mayoritario es del interior, de las provincias, que vienen a la capital para hacer algún trámite o de visita, y los extranjeros: hasta noviembre venían muchos turistas porque estaba barato para ellos”. La Gran Taberna se llenaba de chilenos, uruguayos y brasileros que, en los últimos días, empezaron a desaparecer porque el cambio ya no los beneficia: “Ahora ya no les sirve, casi que no vienen más”.
Suena el teléfono fijo del mostrador. Es el proveedor de gaseosas. José hace un encargue. Antes de cortar, recibe la noticia: hay un aumento del 10%. Se desata la furia: “¡Otra vez aumenta! ¿Cómo es la cosa, aumentan por minuto ustedes?”. José menea la cabeza, enojado y frustrado, aunque inesperadamente le abre paso a la gracia española: “Está complicadísimo esto, no hay cosa que no haya aumentado brutalmente, pero ahora digo: ¿al agua la envasan en Estados Unidos? Una lata de arvejas que valía 600 pesos, ahora sale 1900, ¿qué le dieron? ¿La regaron con agua bendita para que crezca?”.
Cada dos por tres, a José le preguntan por qué no vuelve a Galicia, donde tiene a una parte importante de su familia. “Me encantaría, pero tengo a mis hijos y nietos acá”, explica. “Aparte tendría que vender todo, ¿y a quién se lo vendo ahora? Antes estábamos en un callejón sin salida, ahora estamos en un túnel interminable”, concluye.
Datos Útiles
Combate de los Pozos 95
T: 4951-7586
IG: @lagrantaberna
Todos los días, de 12 a 16, y de 19.30 a 24. No toman reservas.
La Gran Taberna supo ser el epicentro de encuentros familiares, de amigos y también políticos, gracias a su ubicación detrás del Congreso de la Nación. Comandado por José Álvarez Álvarez, un español oriundo de Galicia que hace 45 años vive en la Argentina, atraviesa una crisis profunda por la fuerte caída de la afluencia de clientes locales y extranjeros.LA NACION