Argentina al diván: un duelo de actores audaces para un país en terapia
Autor: Marcelo Cotton. Dirección: Guadalupe Bervih. Elenco: Diego Reinhold y Daniel Casablanca. Sala: N/D Ateneo (Paraguay 918). Funciones: viernes y sábados 20,30. Duración: 80 minutos. Nuestra opinión: buena
En la ciudad con más psicoanalistas por metro cuadrado no sorprende ver tanto teatro, ni del considerado dramático ni de las comedias, en las que el psicoanálisis sea el motor dramatúrgico a través del que la propuesta evoluciona internamente. Argentina al diván ya desde su título nos da la pauta de su temática: humanizar a una nación y someterla a una sesión psicoanalítica en la que se repasa el nacimiento, la infancia, la relación con la madre y el padre y, muy especialmente, el rol de los diferentes tutores que a lo largo de la historia han pretendido sostener a esta vieja dama, que no para de refundarse. El espectador podrá reconocer inmediatamente de qué se trata la propuesta, apenas la señora en cuestión comience a relatar todo lo que poseía hasta el momento en el que fue “saqueada”. Dramatúrgicamente, la propuesta nos ubica en una suerte de conferencia de un psicoanalista que será interrumpido por alguien desde la platea al grito de “me robaron, me robaron la cartera”.
Esa interrupción es el inicio de un duelo actoral de lujo, en el que Daniel Casablanca -a cargo de Argentina- desplegará todo su histrionismo, ese que supo desarrollar a lo largo de tantos años de hacer humor desde los escenarios. Para todos aquellos que pudimos disfrutar de Los Macocos, el grupo en el que sobresalió, ver Argentina al diván es un viaje en la historia, pero no únicamente en la historia del país, sino también de la del propio teatro. Porque no se puede dejar de reconocer ese desparpajo y ese humor negro (reírnos de nosotros mismos con un nivel de crueldad superlativo) que fue motor de los grupos cómicos en la década del 90. Mientras el negacionismo era marca cultural, la comedia escénica tuvo un rol central y Los Macocos fueron más que protagonistas.
Casablanca desde el travestismo logra componer un personaje único que va transformándose a medida que avanza en la historia, haciéndolo desde una apoyatura en el vestuario y en el peinado. Diego Reinhold, otro comediante de gran talento, tiene el rol de conducir la nave e irá ganando soltura con el correr de las funciones para componer a un psiconalista que sostiene una ideología media. Mientras la paciente (el país) se siente ninguneada, saqueada y arrasada desde su mismísimo origen, el profesional valora solo lo extranjero, siempre que eso provenga de Europa y no de América Latina.
El público es invitado permanentemente a reconocer y reconocerse en el relato, a partir de una memoria colectiva centrada en publicidades, canciones, personajes populares y golosinas. El espectáculo parece sostener que nos constituimos tanto por los grandes acontecimientos como por aquellos pequeños elementos que nos nuclean alrededor de un saber y una experiencia que es nuestra y no de otros.
La propuesta exige un espectador dispuesto a disfrutar y a jugar con los actores porque está allí su principal valor. No en la puesta en escena ni en los elementos escenotécnicos. Todo eso está y podría cambiar sin alterar nada. Porque el foco está ellos dos, Casablanca y Reinhold, en un duelo maravilloso de dos actores que lo entregan todo, que disfrutan del juego que juegan e invitan al espectador a jugarlo.
Daniel Casablanca y Diego Reinhold llevan adelante un juego de memoria colectiva que invita al pensar cómo una nación se constituye tanto por los grandes acontecimientos históricos como por aquellas pequeñeces que nuclean a su genteLA NACION