diciembre 3, 2024

Adriano y una carta a corazón abierto: su adicción al alcohol y la favela de Río de Janeiro como su lugar en el mundo

Fue uno de los mejores delanteros de Brasil en la primera década de este siglo. Un portento físico (1,89 metros y 95 kilos) puesto al servicio de una gran capacidad técnica para controlar la pelota y rematar. Fue apodado El Emperador. Era Adriano (Adriano Leite Ribeiro). Un goleador de raza, autor de 177 goles en 379 partidos de una carrera que lo llevó por Flamengo, Inter, Fiorentina, Roma, Parma, San Pablo, Corinthians, Athletico Paranaense y el seleccionado de Brasil. Obtuvo cuatro scudettos en Italia, dos Brasileiraos y jugó el Mundial 2006. Responsable de que la Argentina estirara su abstinencia de títulos -cortada en 2021- cuando en la final de la Copa América 2004 convirtió en el descuento y forzó una definición por penales en la que volvió a marcar para levantar su único título con el seleccionado.

Adriano tiene ahora 42 años, muchos recuerdos futbolísticos, heridas de la vida y culpas que carga con remordimiento y una cuota de estoicismo, como lo reflejó en su carta abierta a The Players Tribune, medio en el que ahondó el tema de sus adicciones y descenso a los infiernos.

El manuscrito se titula “Una carta a mi favela”. En su primer tramo, se lee: “El mayor desperdicio del fútbol: Yo. Me gusta esa palabra, desperdicio. No sólo por cómo suena, sino porque estoy obsesionado con desperdiciar mi vida. Estoy bien así, en un frenético desperdicio. Disfruto con este estigma. No me drogo, como intentan demostrar. No estoy metido en el crimen, pero, por supuesto, podría haberlo estado. No me gustan las discotecas. Siempre voy al mismo sitio en mi barrio, el quiosco de Naná. Si quieres conocerme, pásate por allí. Bebo cada dos días, sí. (Y los demás días, también.). ¿Cómo llega una persona como yo al punto de beber casi todos los días? No me gusta dar explicaciones a los demás. Pero aquí va una. Bebo porque no es fácil ser una promesa que sigue en deuda. Y es aún peor a mi edad”.

El relato de Adriano está acompañado por imágenes fotográficas que capturan distintos momentos de Adriano en Vila Cruzeiro, una favela de Río de Janeiro, el lugar donde se crio y al que regresa porque siente una pertenencia social y sentimental. Se lo ve jovial en un entorno marginal, junto a amigos, caminando por pasillos sombríos. También hay fotos de archivo con su familia.

Sigue la catarsis de Adriano: “Me llaman Emperador. Imagínate. Un tipo que dejó la favela para recibir el apodo de Emperador en Europa. ¿Cómo explicas eso? No lo entendí hasta hoy. OK, tal vez hice algunas cosas bien después de todo. Mucha gente no entendía por qué abandoné la gloria de los estadios para sentarme en mi antiguo barrio, bebiendo hasta el olvido. Porque en algún momento quise hacerlo, y es el tipo de decisión de la que es difícil retractarse. Hace muchos años que vivo en Barra da Tijuca, una zona elegante de Río. Pero mi ombligo está enterrado en la favela Vila Cruzeiro”.

En Inter, Adriano fue compañero de Javier Zanetti, Esteban Cambiasso, Walter Samuel, Juan Sebastián Verón, Nicolás Burdisso y Nelson Vivas, y lo dirigió Héctor Cúper. Antes de su salto a Europa (Inter le compró su pase a Flamengo en 2001 por 13 millones de euros), Adriano tuvo una niñez en la favela que ahora describe: “Es un lugar muy peligroso. La vida es dura. La gente sufre. Muchos amigos tienen que seguir otros caminos. Mira a tu alrededor y lo entenderás. Si me paro a contar todas las personas que conozco que han fallecido violentamente, estaríamos aquí hablando durante días y días…. Maldita sea, a mi padre le dispararon en la cabeza en una fiesta en Cruzeiro. Bala perdida. Él no tuvo nada que ver con el lío. La bala le entró por la frente y se alojó en la nuca. Los médicos no tenían forma de extraerla. Después de eso, la vida de mi familia nunca volvió a ser la misma. Mi padre empezó a tener frecuentes convulsiones. ¿Has visto alguna vez a una persona sufriendo un ataque epiléptico delante de ti? No quieres verlo, hermano. Da miedo. Tenía 10 años cuando le dispararon a mi padre. Crecí viviendo con sus crisis. Mirinho nunca pudo volver a trabajar. La responsabilidad de mantener la casa cayó enteramente sobre las espaldas de mi madre”.

Luego abordó el desarraigo: “Cuando fui al Inter, sentí un golpe muy fuerte en el primer invierno. Llegaron las Navidades y me quedé solo en mi apartamento. En Milán hace un frío que pela. Esa depresión que golpea durante los meses de frío en el norte de Italia. Todo el mundo con ropa oscura. Las calles desiertas. Los días son muy cortos. El tiempo está húmedo. No tenía ganas de hacer nada. Todo esto combinado con la nostalgia me hacía sentir como una mierda”.

Su primera Navidad en Italia, tras una charla telefónica con su madre: “Agarré una botella de vodka. No estoy exagerando, hermano. Me bebí toda esa mierda solo. Me llené el culo de vodka. Lloré toda la noche. Me desmayé en el sofá de tanto beber y llorar. ¿Qué podía hacer? Estaba en Milán por una razón. Era lo que había soñado toda mi vida. Dios me había dado la oportunidad de convertirme en futbolista en Europa. La vida de mi familia ha mejorado mucho gracias a mi Señor y a todo lo que hizo por mí. Y mi familia también hizo mucho. Fue un pequeño precio que tuve que pagar, comparado con lo que estaba pasando y lo que todavía iba a pasar. Tenía esto claro en mi cabeza. Pero eso no me impedía estar triste”.

En una oportunidad viajó sin permiso de Inter de regreso a la favela de Río de Janeiro. Lo convencieron de que regresara: “Intenté hacer lo que querían. Negocié con Roberto Mancini. Me esforcé con José Mourinho. Lloré en el hombro de Massimo Moratti [dueño del club]. Pero no pude hacer lo que me pedían. Me mantuve bien durante unas semanas, evité la bebida, entrené como un caballo, pero siempre había una recaída. Una y otra vez. Todo el mundo me criticaba. No podía soportarlo más. Lo único que busco en Vila Cruzeiro es paz. Aquí camino descalzo y sin camisa, sólo con pantalones cortos. Juego al dominó, me siento en la vereda, recuerdo las historias de mi infancia, escucho música, bailo con mis amigos y duermo en el suelo. Veo a mi padre en cada uno de estos callejones”.

El remate de su carta es una reivindicación más de sus orígenes: “Ni siquiera traigo mujeres aquí. Mucho menos me meto con chicas que son de mi comunidad. Porque sólo quiero estar en paz y recordar mi esencia. Por eso sigo viniendo aquí. Aquí se me respeta de verdad. Aquí está mi historia. Aquí aprendí lo que es la comunidad. Vila Cruzeiro no es el mejor lugar del mundo. Vila Cruzeiro es mi lugar”.

El exgoleador, de 42 años, hizo una cruda y sentida radiografía, entre el orgullo por sus orígenes y la culpa por no llevar de la mejor manera su carrera profesional en ItaliaLA NACION

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