diciembre 12, 2024

Queer: Luca Guadagnino explora el deseo como pasión maldita en la obra de William S. Burroughs

Queer (Estados Unidos-Italia/2024). Dirección: Luca Guadagnino. Guion: Justin Kuritzkes, William S. Burroughs. Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom. Edición: Marco Costa. Elenco: Daniel Craig, Drew Starkey, Jason Schwartzman, Lesley Manville, Henrique Zaga, Drew Droege, Ariel Schulman. Calificación: apta para mayores de 16 años. Distribuidora: BF París. Duración: 135 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

Basada en la autobiografía de William S. Burroughs, escrita en 1952 y recién publicada en los años 80, Queer es un relato en primer persona, sin los artilugios declamatorios de las biografías filmadas, pero sí con los habituales juegos visuales del italiano internacionalizado Luca Guadagnino, que aquí decide dar prioridad a su personaje, a ese deseo que lo habita, latente e insatisfecho, a la historia convertida en confesión desgarrada, en despedida elegíaca.

Burroughs fue un escritor atípico de la movida beatnik, cuestionador incluso de esa pertenencia generacional, deudor de su crianza sureña, de su sexualidad incómoda, y de un peregrinaje por el mundo que le arrebató el destino posible de una consagración en vida. Guadagnino, quien no escribe guiones, sino que se concentra en capturar sus historias en imágenes, intenta esta vez atesorar ese alma oscura y fascinante que habitó en la escritura satírica del autor de Almuerzo desnudo y también en los relatos de sangre y muerte que lo persiguieron por México. Y tiene a su mejor aliado en Daniel Craig, quien viste como nadie ese alter ego del escritor maldito en la agonía de un amor perdido y un deseo recobrado.

Estamos en Ciudad de México a fines de los años 50 y William Lee -distorsión del seudónimo que Burroughs utilizó en ocasiones- pulula por las coloridas calles de la ciudad en busca de nuevas sensaciones. Su habitación, oscura, plagada de humo de cigarrillo, restos de heroína y aroma a whisky, lo espera vacía mientras recolecta algún amante ocasional, un espectador fugaz de una riña de gallos, aquellos escurridizos que se esconden en los callejones, o los asiduos al bar Ship Ahoy que tiene tras bambalinas un refugio para la comunidad queer que todavía deambula camuflada.

Las jornadas de Lee se dividen entre el sueño tardío, entrada ya la pegajosa tarde, y las noches interminables, en conversaciones con amigos, compatriotas exiliados que esperan algo mejor de ese mundo. En esos días de sol y humo, Lee divisa a quien será su destino y obsesión: Eugene Allerton (Drew Starkey), un joven prolijo y engominado, silencioso y distante, que pasa las noches jugando al ajedrez con una mujer, mirando de reojo el efecto que en Lee acaba de producir.

Queer es la historia de ese amor maldito, sinuoso y desgraciado, signado por silencios y desprecios, por un sexo vital e incandescente, pero también por una soledad latente que los asedia a ambos, aun después de cada encuentro. Pero Queer es también el emergente de una época de transgresión e invisibilidad, la marca indeleble de un continuum de adivinanzas. “¿Creés que ese es queer?”, le pregunta a su amigo, el barman Joe (Jason Schwartzman), otro diletante en esa nocturnidad perpetua que esquiva el sol como la evidencia de su incorrección. Lee mira con avidez a su alrededor, y el cuerpo de Craig danza con su traje de lino arrugado, su cigarrillo siempre en el filo del labio, sucumbiendo al ritual que lo acerca al éxtasis y a la muerte. El primer tercio de la película es el que concentra ese devenir de amores no correspondidos, los rituales prostibularios de espera y desencanto, la vitalidad que esconde la letra de Burroughs aún en su deriva surrealista.

Lo que sigue es el periplo hacia Sudamérica, que termina siendo Ecuador, en busca de una droga misteriosa, capaz de estimular el contacto telepático. Un elixir bautizado por los aborígenes como yagé pero luego conocido como ayahuasca, que promete a Lee el descubrimiento de los sentires de Allerton, su definitiva conquista como compañero de viaje. Esa travesía en micros destartalados y carreteras polvorientas recoge la mística de la frontera de los relatos beat, desde la legendaria En el camino de Jack Kerouac hasta la influencia en las road movies que puntuaron el final de los años 60. Es un pasaje más ecléctico, menos cómodo para la construcción claustrofóbica del cine de Guadagnino, que ha logrado sus mejores momentos al convertir la naturaleza en un paisaje de placer y deseo, como en El amante (2009) o en Llámame por tu nombre (2017).

El cierre es el acto más explosivo, no solo por el uso del fantástico para la experiencia de Lee y Allerton en la jungla, y su rocambolesco encuentro con los Cotter (una Lesley Manville desatada y un Lisandro Alonso, director de Jauja, desconocido), sino por la conciencia de su desplazamiento temporal, que juega tanto con el hiato que separa la escritura de la publicación del texto de Burroughs, como con la propia experiencia de la película, que busca trasmitir en sus excesos y extravagancias visuales esa descorporización enunciada como sublimación del deseo. Perderse en el otro es también perderse en la imagen, por ello Guadagnino es capaz de llevar su estilo al límite de su carnalidad, donde lo visible no alcanza para contener todas nuestras sensaciones.

Estrenos de cine.LA NACION

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